Filosofía Estoica
No le des la bienvenida más que a las cosas que te sucedan. Pues, ¿qué otra cosa puede serte más oportuna que lo que te traiga el destino?" —Marco Aurelio
Aprender a soltar y dejar de rechazar lo que es, es la clave para construir todo lo que queremos. La aceptación no es pasividad: es un reconocimiento lúcido de la realidad, despojada de juicios y expectativas. Solo cuando dejamos de resistir, encontramos espacio para transformarla.
Vivimos en una cultura obsesionada con el control. Queremos que los planes, las personas y los resultados se ajusten a nuestra voluntad. Pero la vida se encarga de recordarnos que hay muy poco bajo nuestro dominio.
Aceptar, para mí, no es rendirse, es comprender. Es reconocer la realidad sin las capas de opinión y sin la fantasía del control. He tenido que practicarlo muchas veces: en los negocios, cuando las cosas no salen como quiero, y en mi vida personal, cuando debo aceptar que hay aspectos que simplemente no van a cambiar. En esos momentos, la aceptación me ayuda a enfocar mi energía en lo que sí puedo influir, en lugar de quedarme atrapado en lo que no depende de mí.
Los estoicos decían que el sufrimiento no nace de los hechos, sino del rechazo de la realidad. Resistir lo inevitable nos deja atrapados en una lucha inútil que nos roba energía. Pero cuando acepto, cambia mi experiencia interna. Mi mente se aquieta, el cuerpo se aligera, aparece claridad. Siento tranquilidad, eficacia, y una especie de optimismo que nace de entender que todo pasa. La aceptación se vuelve, entonces, una forma de inteligencia emocional y biológica: el sistema nervioso se regula, y puedo decidir con más lucidez.
Aceptar requiere humildad porque es admitir que el universo no gira según nuestros términos y que nuestra tarea no es forzarlo, sino alinearnos con su flujo. Nietzsche llamó a esto amor fati: el amor al destino. No se trata solo de aceptar lo que sucede, sino de amarlo, de desear que la vida ocurra exactamente como ocurre. Es una afirmación radical de la existencia: encontrar en cada experiencia, incluso en la más difícil, la semilla del crecimiento. Como si la vida nos pusiera en frente justo lo que necesitamos para llegar al siguiente nivel de nuestra existencia.
Este año, por ejemplo, me ha recordado muchas veces esa lección. A pesar de cuidar mi salud y mantener buenos hábitos, he pasado por varias enfermedades. Resistirme solo aumentaba la frustración. Pero al aceptar lo que el cuerpo necesitaba —descanso, paciencia, silencio— encontré claridad, gratitud y recuperación. Así es como la aceptación se convierte en algo más que una idea: se vuelve una práctica diaria de confianza.
En los procesos con mis clientes, enseño que aceptar no es perder la ambición, sino empezar desde lo real, pues la transformación comienza cuando dejamos de negar lo que es, porque aceptar no significa justificarlo todo, sino mirar las circunstancias objetivas —sin drama— y, desde ahí, planificar los siguientes pasos.
"Acepta que hay cosas que debés soportar. ¿Acaso te sorprendería que alguien tiemble de frío en invierno, sufra de náuseas en el mar o sea sacudido en el camino?" —Séneca
Creo que el mayor obstáculo para aceptar es olvidar que nuestra versión de la realidad es solo una interpretación. Nos falta conciencia del cambio —de que nada es permanente— y lenguaje para construir historias más saludables. Porque lo que nos contamos determina cómo vivimos. Si la historia que repetimos es de desesperanza, esa será nuestra realidad; si la historia es de aprendizaje y propósito, esa será también nuestra experiencia.
En las relaciones humanas, aceptar al otro implica verlo completo, sin pretender moldearlo. Es un acto de respeto radical que libera la necesidad de control. Y aceptarnos a nosotros mismos —con nuestras imperfecciones, fracasos y vulnerabilidades— es el inicio de una existencia auténtica.
La aceptación requiere coraje. Es comprender que nuestra paz interior no puede depender de que las circunstancias externas se acomoden a nuestros deseos. Y aunque no elimina el dolor, si disuelve la lucha innecesaria y nos permite actuar desde un lugar más sabio, donde la calma precede a la acción.
Integrar la aceptación en la vida es cultivar una nueva manera de estar en el mundo: más presente, menos reactiva, más compasiva. Es distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, y en esa distinción nace la serenidad y la libertad para vivir una vida digna.
Aceptar, al final, es amar el destino tal como es. Desear que el mundo se mueva como se tenga que mover. Y desde esa paz, construir la vida que queremos vivir.
Jorge
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