Filosofía Estoica
“Quien está en todas partes, está en ninguna parte” — Séneca
Hace muchos años recuerdo que en mi estudio del cerebro humano, me encontré con un estudio interesantísimo realizado en el 2010 por un par de psicólogos y su equipo de trabajo, con el fin de descubrir las principales fuentes de felicidad de las personas.
Matthew Killingsworth y Daniel Gilbert reclutaron a 2 250 adultos que, durante varias semanas, recibieron notificaciones aleatorias en su iPhone en un app especial para el estudio. Los participantes recibian notificaciones de manera aleatoria durante el día que con cada “ping” les pedía dos cosas: "¿qué estás haciendo ahora mismo?" y "¿qué tan feliz te sentís en este instante?"
Además, la app preguntaba si su mente estaba enfocada en la tarea o divagando hacia otro asunto. Los resultados sacudieron a la comunidad científica: la mente humana vagaba 47 % del tiempo y, cuando lo hacía, el nivel de bienestar caía de forma notable, independientemente de la actividad en curso. Definitivamente, esto inspiró el título final del paper que presentaron al mundo para revelar los resultados, "A Wandering Mind is an Unhappy Mind".
En lo cotidiano, la mayoría de los participantes se encontraban divagando entre varias cosas a la vez. Sin embargo, una excepción notoria emergió del estudio: durante las relaciones sexuales la mente divagaba apenas un 10 % y el índice de felicidad trepaba a ~90/100, el pico más alto de todas las actividades registradas.
Ese dato es totalmente congruente con la teoría del flow de Mihály Csíkszentmihályi, quien describió este estado como “inmersión total donde tiempo y ego se diluyen y la experiencia misma se vuelve su propia recompensa”. Cuando una tarea exige toda tu capacidad —no demasiado fácil que aburra, ni tan difícil que abrume— la atención se fusiona con la acción y aparece el gozo intrínseco: el estado de FLOW.
El sexo, un deporte retador o una sesión creativa profunda comparten esa química: foco absoluto, retroalimentación instantánea y placer que no depende del resultado sino de la acción en sí misma.
La mente como fuente de (in)felicidad
Killingsworth y Gilbert concluyeron con una frase lapidaria: “Una mente que divaga es una mente infeliz”. No importa si estamos tomando café o negociando un contrato; lo realmente relevante es, en dónde está nuestra atención. Cuando los pensamientos están relacionados a preocupaciones futuras o remordimientos del pasado, el estado anímico se deteriora.
Los estoicos lo tuvieron claro hace dos milenios. Séneca escribió a Lucilo: "La verdadera felicidad es disfrutar del presente, sin depender ansiosamente del futuro." Y Marco Aurelio escribió para sí mismo, "enfocáte en lo que tenés delante con seriedad genuina y liberáte de toda distracción", recordándonos que cada momento es una oportunidad para practicar la disciplina atencional. La propuesta estoica se alinea con la evidencia empírica: cuanto más permanecemos aquí-y-ahora, mayor es la satisfacción percibida.
¿Por qué divagamos tanto?
El cerebro cuenta con una red llamada Red Neuronal por Defecto (DMN) que se activa cuando no estamos concentrados en una tarea externa. Evolutivamente, fantasear escenarios hipotéticos fue ventajoso para planificar y aprender; sin embargo, en la era de la multitarea digital esa facultad se convirtió en una fuente constante de distracción y ansiedad. El problema no es la DMN per se, sino permanecer atrapados allí sin darnos cuenta.
Por otro lado, entrar en flow silencia la DMN y enciende circuitos de dopamina y noradrenalina que elevan la atención, la motivación, la creatividad y el rendimiento. Personas que reportan flow frecuente gozan de mayor bienestar sostenido, mejor regulación emocional y sensación de sentido de vida. En otras palabras, cultivar actividades que absorban tu atención no solo te hace más productivo: también te hacen más feliz.
En el día a día estamos en una constante lucha contra "un nuevo objeto más brillante", y sin darnos cuenta nos programamos para estar reaccionando ante los estímulos externos aún cuando no merecen nuestra atención. Por ello es importante crear ambientes libres de distracciones cuando queremos realmente concentrarnos, pues no podemos luchar contra nuestra naturaleza primitiva de encender alertar por cada novedad— una notificación de whatsapp, un nuevo like, un correo electrónico, una llamada, un recordatorio de reunión, etc.
El papel de la intención
“Hacé cada cosa como si fuera la última de tu vida.” -Marco Aurelio
La combinación de química cerebral óptima (noradrenalina+ acetilcolina + dopamina) y una meta clara actúa como GPS interno. Definir un “para qué” te sentás a trabajar —y recordarlo— reduce la probabilidad de divagar, pues así es como dirigís tu atención. (Si querés conocer aún más el poder de la intención te invito a leer mi artículo de la semana pasada, titulado: "Dirigir tu Atención con Propósito: El Poder de la Intención")
Prácticas para entrenar la presencia
Check-in consciente cada hora. Ajustá una alarma sutil; cuando suene preguntáte: “¿En dónde está mi atención?”. Redirigí tu enfoque a lo que realmente te importa en el momento, teniendo clara tu intención— Para qué voy a realizar esta tarea
Rituales de inmersión. Bloqueá 30 min diarios para una tarea que disfrutes y que te rete: tocar guitarra, programar, escribir. Eliminá notificaciones, poné un límite de tiempo y medí tu sensación de absorción al terminar.
Ancla sensorial. Antes de una reunión, juntá los dedos índice y pulgar y repetí internamente alguna frase que te recuerde presencia por ejemplo alguna de Séneca. Ese gesto vincula el pensamiento con la experiencia corporal y refuerza tu intención de entrar en atención plena.
Invitación a la práctica
“Nadie puede relacionar la infelicidad al momento presente.”- Séneca
Como líderes, nuestra calidad de atención define la calidad de las conversaciones. Escuchar con la mente dispersa equivale a no escuchar en absoluto. Cuando facilitamos que nuestro equipo entre en flow —roles claros, feedback inmediato, autonomía sobre cómo lograr el objetivo— disparamos los mismos mecanismos que incrementan la felicidad individual. El resultado: mayor compromiso, creatividad y resiliencia colectiva.
Te propongo un experimento inspirado en Killingsworth: durante una semana, programá tres recordatorios aleatorios al día y registra en las notas tu teléfono:
Actividad que realizás.
Nivel de felicidad (0-10).
¿Tu mente estaba presente o divagando?
Al final de la semana, identificá los patrones. Preguntáte: ¿qué actividades favorecen mi presencia? ¿Cómo puedo diseñar mis días para hacer más ello? Convertí esos datos en decisiones, y notarás cómo tu sensación de bienestar y felicidad aumentará inevitablemente.
El experimento de Killingsworth y Gilbert nos demostró con pruebas cuantitativas una intuición milenaria: la felicidad florece donde está la atención. Al igual que los estoicos, la neurociencia moderna nos recuerda que la llave del bienestar no está en cambiar el mundo externo, sino en ser capaces de liderar a qué le prestamos atención.
Así que, la próxima vez que tu mente se escape, traéla de vuelta con la sensibilidad con la que un sensei guía a su aprendiz: sin juicio, con disciplina. Porque poco a poco estarás reprogramando tus hábitos para alinearse a una vida que cada día disfrutés más vivir.
Jorge
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