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Neurociencia de las Emociones- Sentirlo Todo Para Florecer

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¿Por qué sentir las emociones es clave para una vida plena?

Sentir nuestras emociones, incluso las incómodas, es fundamental para vivir con plenitud y autenticidad. Muchas veces, por miedo o costumbre, evitamos experimentar lo que sentimos cuando las cosas no salen según lo esperado. Sin embargo, como dijo Carl Jung: “Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma”. Aceptar y atravesar nuestras emociones –en lugar de reprimirlas– nos permite liberarnos del peso de las expectativas no cumplidas y aprovechar esas experiencias para crecer.

Con las emociones podemos hacer muchísimas cosas: podemos intensificarlas para saborear un momento de alegría, revivirlas al evocar recuerdos, atenuarlas para recobrar equilibrio, matizarlas combinando, por ejemplo, gratitud con nostalgia, o interrumpirlas brevemente cuando la situación exige lucidez inmediata. Sin embargo, todas estas habilidades parten de un mismo requisito: permitirnos sentir y prestarnos atención— reprimir lo que sentimos es el peor camino emocional; aquello que negamos no desaparece, solo se disfraza y se vuelca en nuestra contra condicionando nuestras decisiones, relaciones y bienestar.

Imaginá que, te dan un ascenso. Entonces, sentís euforia y un leve miedo a no estar a la altura. Por un lado, si te das permiso de experimentar ambas emociones, podés amplificar la motivación de la euforia y, al mismo tiempo, suavizar el miedo al conversar con un mentor. Pero si reprimís ese temor “para no parecer débil”, es probable que se manifieste como procrastinación o insomnio, saboteando tu desempeño precisamente cuando más querés brillar.

Las emociones como reflejo de tu mundo interior

Desde la Neurosemántica, las emociones son experiencias mente-cuerpo que reflejan nuestro mundo interior de creencias, pensamientos y necesidades. Lejos de ser comandos infalibles que debamos obedecer a ciegas, funcionan como información sobre cómo hemos interpretado la realidad. Por ejemplo, sentir frustración ante un contratiempo indica que alguna expectativa nuestra ha sido desafiada.

Imaginá que estás por presentar un proyecto clave ante tu equipo directivo y, de pronto, sentís el estómago revuelto, la respiración se acelera y tu mente va más rápido de lo habitual. Esa ansiedad no te ordena salir corriendo; te informa que, en tu mapa interno, el valor personal depende de un desempeño impecable y de la aprobación externa. Al reconocer la emoción, podés cuestionar la creencia “mi valor depende de cómo me juzgan” y reconectar con la verdadera intención: compartir tu mensaje con claridad y aprender del proceso, sin buscar tu validación personal en algo tan subjetivo.

Ahora pensá en la molestia que te invade cuando alguien interrumpe repetidamente tus ideas durante una reunión. Sentís calor en el rostro, tensión en el pecho y el impulso de alzar la voz. Esa ira no te obliga a atacar; señala que, para vos, ser escuchado es una forma de respeto y colaboración. La interrupción quiebra la expectativa “si me respetan, me dejan terminar”. La emoción revela la necesidad de reconocimiento y la oportunidad de establecer límites claros o replantear la conversación para honrar tu voz sin reaccionar impulsivamente.

En ambos escenarios, la emoción funciona como un mensajero: refleja tus significados internos y te invita a ajustar creencias y necesidades para responder de forma más consciente y alineada con tus objetivos.

Cada emoción nos brinda la oportunidad de comprendernos mejor. Si atendemos a lo que sentimos, descubrimos el mapa interno (valores, significados, expectativas) que hay detrás de esa reacción. Viktor Frankl lo expresó así: “Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad para elegir nuestra respuesta.” Al reconocer una emoción, podemos pausar, interpretarla y decidir conscientemente qué hacer. Cuando sentimos y reconocemos plenamente una emoción, la liberamos y ajustamos nuestras expectativas para alinearlas con la realidad. Ignorar las emociones nos priva de la actualización interior y quedamos atrapados en la frustración de lo que no fue.

Neurociencia: el cerebro construye las emociones

La neurociencia moderna, y en especial los estudios de Lisa Feldman Barrett, refuerza esta visión activa de las emociones. Tradicionalmente se pensaba que eran respuestas automáticas programadas (por ejemplo, “veo un peligro y mi cerebro dispara miedo”). Barrett propone algo distinto: el cerebro construye las emociones mediante sus predicciones basadas en experiencias previas y contexto. En sus palabras: “Las emociones no te ocurren; las crea tu cerebro a medida que las necesita.”

No existe una firma fisiológica universal para cada emoción: el aumento del ritmo cardíaco puede vivirse como ansiedad o entusiasmo, dependiendo de la interpretación. Cuanto más rico sea nuestro vocabulario emocional, con mayor precisión podrá nuestro cerebro construir lo que sentimos. Educarnos emocionalmente –aprender a distinguir entre tristeza, nostalgia o decepción– nos ofrece la posibilidad de utilizar más conceptos con los que entendemos una emoción. Entonces, cambiamos las predicciones y abrimos la posibilidad de vivirla de manera más saludable.

El costo de reprimir las emociones

Si experimentar las emociones resulta tan beneficioso, ¿qué pasa cuando las reprimimos? Bloquear sistemáticamente lo que sentimos tiene efectos negativos en la salud mental y física. Suprimir emociones intensifica la respuesta fisiológica al estrés, eleva la tensión cardiovascular y puede derivar en problemas de salud a largo plazo. Estudios longitudinales vinculan la represión emocional con mayor riesgo de trastornos cardíacos y menor longevidad.

En el plano psicológico, esconder lo que sentimos pasa factura: las emociones reprimidas no desaparecen, sino que permanecen latentes y pueden contribuir a cuadros de ansiedad y depresión. Además, la autora Brené Brown advierte: “No podemos desensibilizar selectivamente las emociones dolorosas; también anestesiamos las positivas.” Al evitar tristeza, miedo o ira, apagamos también la capacidad de sentir alegría, entusiasmo o amor. Irónicamente, al querer protegernos del dolor emocional, nos privamos de la plenitud que da vivir con intensidad.

Quien reprime constantemente lo que siente pierde contacto consigo mismo: le resulta difícil saber qué necesita o qué le importa de verdad. En cambio, permitirse sentir con vulnerabilidad –que no es debilidad, sino valentía– abre la puerta al aprendizaje emocional y a conexiones sociales más genuinas.

Abrazar las emociones para vivir plenamente

Experimentar nuestras emociones es necesario para vivir una vida plena y liberarnos de las cadenas de expectativas incumplidas. Cada emoción sentida y entendida es una oportunidad para actualizar nuestro interior: ajustar creencias, aceptar la realidad tal cual es y avanzar con más sabiduría. La próxima vez que te embargue la decepción porque algo no salió como esperabas, recordá que negar esa emoción solo prolongará el malestar. Mejor date permiso de sentirla y preguntarte qué revela sobre tus anhelos y perspectivas. Reflexioná sobre tus pensamientos, reconocé como reacciona tu cuerpo, ponéle nombre a la experiencia emocional y desde la responsabilidad, decidí cuál es tu siguiente mejor paso.

Las emociones nos conectan con nosotros mismos y con los demás, nos indican qué es importante y nos impulsan a cambiar. Si las escuchamos, nos guían; si las ignoramos, nos estancan. Vivir una vida plenamente humana implica abrazar toda la gama de nuestras experiencias emocionales. Después de todo, como recordó Jung, lo que resistimos nos controla, mientras que lo que aceptamos nos transforma. Sentir es vivir, y solo atreviéndonos a sentirlo todo podremos florecer.

Jorge

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Antes de aprender a comunicar, hay que mirar hacia adentro. Vivimos obsesionados con las técnicas. Queremos fórmulas para hablar mejor, scripts para negociar, "el paso a paso" para dar feedback. Pero rara vez nos detenemos en lo esencial: nuestro comportamiento no nace de las herramientas que usamos, sino del mundo interno desde donde las aplicamos. Los entendimientos que llevamos al contexto, las palabras que utilizamos para expresarnos, los significados que asignamos a esas palabras, las expectativas que tenemos, las historias que nos contamos, las vivencias pasadas que nos generan predicciones, etc. Cada vez que hablamos, negociamos o incluso guardamos silencio, estamos expresando algo más profundo que el simple comportamiento—primero pensamos, luego sentimos, y finalmente actuamos. Y en el origen de esa cadena están nuestros marcos de pensamiento, esas lentes invisibles que determinan cómo interpretamos la realidad.

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